lunes, 9 de julio de 2012

SAN NICOLÁS PIECK Y COMPAÑEROS, Mártires


9 de julio

SAN NICOLÁS PIECK
Y COMPAÑEROS,
Mártires


   Los calvinistas ahorcaron en Gorkum, cerca de Dordrecht, a diecinueve sacerdotes y religiosos, a causa de su fe. Once de los mártires eran Frailes Menores de la Observancia en el convento franciscano de Gorkum. Entre ellos se contaban San Nicolás Pieck, guardián del convento y San Jerónimo Weerden, su vicario. Junto con ellos fueron ejecutados el anciano Juan Van Oosterwyk, canónigo regular de San Agustín, los sacerdotes diocesanos Leonardo Vechei, Nicolás Janssen y Godofredo Van Fuynen; los premonstratenses Adrián Van Hilvarenbeek y Jacobo Lacops, el último de los cuales había sido muy negligente en la observancia religiosa, a pesar de las amonestaciones de sus superiores y, finalmente, el sacerdote diocesano Andrés Wouters, quien pasó directamente de una vida de pecado a la prisión y al martirio.

   En junio de 1572, el destacamento calvinista antiespañol conocido con el nombre de "armada de los piratas" se apoderó de la ciudad de Gorkum. Desde el 26 de junio al 5 de julio, los franciscanos y otros cuatro sacerdotes estuvieron a merced de los soldados, los cuales los trataron con increíble crueldad, en parte por odio al catolicismo y, en parte, por el deseo de que revelasen dónde se hallaban escondidos los vasos sagrados. El 5 de julio, el almirante Lumaye, barón de la Marck, dio orden de que trasladasen a los prisioneros a Briel. En cuanto  desembarcaron éstos en el puerto, el 7 de julio, fueron conducidos, medio desnudos, a la plaza central. Los esbirros los colocaron de manera que la comitiva simulase una procesión burlesca y los obligaron a cantar las letanías de la Virgen, cosa que los mártires hicieron con gran gozo.

   Esta tarde y la mañana siguiente, fueron interrogados por los ministros calvinistas en presencia del almirante. Aunque se les ofreció la libertad a condición de que abjurasen de la doctrina católica de la Eucaristía, ninguno de los mártires cedió. Ese  mismo día, el almirante recibió una carta de las autoridades de Gorkum, en la que éstas se quejaban del arresto de los padres, y otra carta del príncipe de Orange, en la que se le ordenaba poner en libertad a los prisioneros. Por otra parte, dos de los hermanos del Padre Nicolás Pieck se presentaron a interceder por él. El almirante respondió que pondría en libertad a todos los sacerdotes con tal de que renunciasen a sostener la supremacía pontifica. Los prisioneros se negaron a ello, y los hermanos del Padre Pieck no lograron inducir a éste a abjurar de la fe y abandonar a sus hermanos en religión. Poco después de la medianoche, se ordenó a un sacerdote apóstata de Lieja, que condujese a los prisioneros a un monasterio abandonado, situado en Ruggen, en las proximidades de Briel, conocido con el nombre de Santa Isabel. Había allí un local amplio, semejante a un granero, que servía de depósito para hierba seca, que allí se precisaba en abundancia. Había en este lugar dos vigas, una larga y otra más corta, que parecieron a los soldados ser a propósito para colgar de ellas a sus prisioneros. Los condujeron a aquel granero, mientras ellos, convencidos de que morirían por defender su fe católica, mutuamente se confortaban en el espíritu y oraban al Señor con fervor para que les ayudara en aquel trance definitivo. Cada uno, según Dios le inspiraba, confortaba a los demás, animándose con la esperanza de conquistar la retribución imperecedera y con la posesión definitiva del reino de los cielos, exhortándose también a soportar con valor cuantos suplicios les esperaban, sin perder el ánimo y venciendo la muerte corporal. Después los despojaron de sus vestidos y los dejaron totalmente desnudos.

   El padre Guardián fue escogido el primero para sufrir aquel horrendo suplicio. Abraza y besa a cada uno, y con palabras graves les exhorta a que permanezcan fieles en la fe católica; y que mueran con valentía por ella, manteniendo el espíritu y amor de fraternidad que durante su vida les había unido en la vida religiosa, permaneciendo fieles hasta la muerte en la misma fe y en el mismo espíritu, sin perder en aquélla hora final el amor que toda su vida les había mantenido unidos; que tenían ya cercano el premio que Dios les había prometido y por el que venían luchando toda su vida: la corona eterna de la felicidad; que preparadas estaban estas coronas, pendientes de posarse sobre sus cabezas; que por cobardía no las despreciaran en aquel trance; finalmente, que siguieran su ejemplo con valor ante el suplicio. Diciendo estas palabras y otras parecidas, con intrepidez sube las gradas del patíbulo; con rostro cargado de paz y de cristiana alegría, avanza y no deja de pronunciar frases de aliento hasta que su garganta queda atrapada por las cuerdas de la horca. Su cuerpo pende en el aire. Y el vicario, padre Jerónimo, Ecio Nicasio y los dos párrocos, Leonardo y Nicolás, se dedican a reafirmar a sus compañeros, cumpliendo en aquel trance supremo su labor pastoral definitiva.

   Todos fueron colgados de la viga más larga, excepto cuatro. Tres de éstos pendían en la viga más corta; entre el padre Guardián y el hermano lego, fray Cornelio, se hallaba Godofredo Duneo; el último en ser ahorcado fue Jaime, premonstratense, que pendía de una escalera. Por lo demás, los soldados, con gran sarcasmo, no a todos les colocaron las cuerdas en el cuello, sino que a unos se las pusieron en la boca, a modo de mordaza; a otros, en la barbilla; incluso algunos lazos eran flojos, para prolongar más el suplicio. Aquellos esbirros emplearon en tan horrendo crimen dos largas horas, a partir de la media noche. San Jacobo Lacops fue colgado de una escalera y los demás de las dos argollas arriba mencionadas. San Antonio Van Willehad tenía noventa años de edad. La ejecución fue una verdadera carnicería. Todos los mártires tardaron largo tiempo en morir, y San Nicasio Van Heeze no expiró sino hasta el amanecer. Los verdugos mutilaron los cuerpos, aún antes de que desapareciese todo signo de vida.

   Como los mártires de Inglaterra y Gales, estos sacerdotes dieron la vida por la fe católica en general y, en particular, por defender la doctrina católica de la Eucaristía y de la supremacía del romano Pontífice. Los cadáveres fueron ignominiosamente arrojados dentro de dos zanjas. En 1616, durante una tregua de la guerra entre España y las Provincias Unidas, los restos fueron desenterrados y trasladados a la iglesia de los franciscanos en Bruselas. La canonización tuvo lugar en 1867.

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