jueves, 5 de enero de 2012

SAN SIMEÓN (o SIMÓN), Estilita


5 de enero


  SAN SIMEÓN (o SIMÓN),
Estilita 



   Nació este admirable varón en Sisán de Cilicia. Siendo pastor, y teniendo un día el ganado, por la mucha nieve, en la majada, se fue al templo, y allí oyó decir en el Evangelio que eran bienaventurados los que lloran. Penetró con tanta luz del cielo el espíritu de aquellas palabras del Señor, que luego se fue al monasterio del abad Heliodoro, donde por espacio de diez años asombró a los monjes con sus extraordinarias asperezas. Pero más estupenda fue la vida solitaria que hizo después. Pasó veintiocho años ayunando la Cuaresma entera sin probar un solo bocado; subióse a lo alto de un monte, donde hizo un cercado, y se aferró a una piedra con una cadena de veinte codos de largo; y allí perseveró sin salir de aquel término hasta que san Melecio, obispo de Antioquía, que vino a visitarle mandó que un herrero le quitase la cadena. Imaginó después otra manera de vivir sobre una columna, la cual al principio era de seis codos, después de doce, y finalmente de treinta y seis codos de alto. Allí oraba, allí comía una sola vez cada semana, allí predicaba dos veces al día, convirtiendo a muchos gentiles, y sacando del cieno de sus vicios a innumera bles pecadores; allí curaba toda clase de enfermedades; allí velaba las vísperas de las principales fiestas; estando en pie, con las manos levantadas al cielo, desde que se ponía el sol hasta que amanecía el día siguiente. Vino un extranjero, hombre principal, a visitarle, y considerando de la manera que allí vivía en lugar tan alto, tan angosto, y sin defensa para el sol, aire y frío, habló así: «Dime por el Señor, ¿eres hombre, o alguna naturaleza y criatura que parece que tiene cuerpo humano y no le tiene?». Mandó entonces el santo que le pusiesen una escalera y que subiese a la columna, y allí le mostró una horrible llaga que tenía en un pie y le dijo: «Hombre soy y sujeto estoy a miserias de cuerpo humano». Millares de personas acudían a él de todas partes; la reina de Persia y la reina de los Ismaelitas se encomenda ban a sus oraciones; escribía cartas a los emperadores Teodosio el Menor y León; y en Roma, apenas había tienda ni casa que no tuviese a la puerta una imagen del santo. Treinta y seis años vivió en la columna, hasta que murió quedando en la misma postura que tenía cuando oraba. Custodió el sagrado cuerpo una guardia de soldados por espacio de algunos días; y lleváronlo después como precioso tesoro a Antioquía, obrando el Señor muchos milagros en todo el camino. Edificóse luego un templo en el monte de su columna, en el cual no se permitía que entrase ninguna mujer, y donde manifestaba Dios la grande gloria de su siervo con numerosos prodigios.

  REFLEXIÓN

   El sapientísimo Teodoreto que escribió la vida de este santo, y le vio en la columna, dice que el Señor quiso hacerle un público ejemplo de austeridad, para despertar en los pecadores el espíritu de penitencia. ¿Qué sentirían los incrédulos y sibaritas de nuestros tiempos si presenciaran también aquel espectáculo de mortificación que era un continuo y manifiesto milagro? Algunos se convertirían, otros se contentarían con mirarlo con horror o con escarnio; es verdad. Pero también lo es, que el asombroso anacoreta, desde la columna de su penitencia y de sus prodigios, tronara contra esos pecadores impenitentes, amenazándoles en nombre de Dios, con otra penitencia más rigurosa, que les aguarda en el infierno por toda la eternidad.

ORACIÓN      

   Oye, Señor, benignamente las súplicas que te dirigimos en el día de tu confesor el bienaventurado Simeón, para que lo que no podemos alcanzar por nuestros merecimientos, lo consigamos por las oraciones de este santo que fue de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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