domingo, 9 de septiembre de 2012

NUESTRA SEÑORA DE ARANZAZU, Patrona de Guipúzcoa (España)


9 de septiembre

NUESTRA SEÑORA DE ARANZAZU,
Patrona de Guipúzcoa (España)


   A 50 kilómetros de Vitoria por carretera, escondido en las estribaciones fragosas que separan a las dos provincias hermanas de Guipúzcoa y Alava, se halla situado el célebre santuario mariano de Nuestra Señora de Aránzazu, patrona de Guipúzcoa. El lector que quiera conocer con más exactitud su emplazamiento geográfico no tiene más que trazar sobre el mapa una circunferencia que atraviese las localidades alavesas de Salvatierra y Araya, las navarras de Ciordia y Alsasua, y las guipuzcoanas de Cegama, Legazpia, Oñate, Mondragón y Salinas de Léniz, para venir a cerrarla otra vez en Salvatierra. En el centro aproximadamente de esta circunferencia, en terreno de Guipúzcoa y jurisdicción de la villa de Oñate, se encuentra el santuario de la Virgen de Aránzazu. El escenario es de una orografía impresionante: verdadero dédalo de montañas, peñascales y barrancos. La fábrica del santuario está literalmente colgada al borde del precipicio, cual nido de águilas. Al sur corta el horizonte la ondulante línea de la sierra de Elguea. Al norte y nordeste se prolongan en cadena los macizos de Aloña y del Aizgorri. Entre este último monte y el santuario, a 1.200 metros sobre el nivel del mar, se despliega, a manera de gracioso regazo, la idílica meseta de Urbia, estación prehistórica y zona de pastoreo durante el verano. A pocos kilómetros del santuario discurrían antaño las tres vías o arterias principales por las que Guipúzcoa hacía su comercio con Castilla, a saber: la que pasaba por el túnel natural de San Adrián, muy cerca del punto donde se juntan las tres provincias de Guipúzcoa, Alava y Navarra; la llamada calzada de Calahorra, abierta al socaire del monte de San Juan de Artía, y la del alto de Arlabán, en Salinas de Léniz. Excepto esta última, las otras dos quedaron abandonadas al construirse las modernas carreteras. Mejor dicho, la primera se ha desplazado unos pocos kilómetros al este, y convertida en carretera nacional Irún-Madrid, es la que pasa actualmente por el puerto de Echegárate.
   Para el que quiera conocer los orígenes históricos del santuario de Aránzazu, el informador y guía insustituible es el historiador mondragonés Esteban de Garibay y Zamalloa, que en 1571 publicó en Amberes su monumental Compendio Historial de los reinos de España, dividido en 40 libros. Esta obra es la primera historia general de todos los reinos que integraban la monarquía española. Dieciocho años antes, en 1553, un incendio había reducido a pavesas el monasterio de Aránzazu con todas sus dependencias, salvo la iglesia, y con este desgraciado accidente se destruyeron las Memorias y documentos relativos al principio y fundación, que, sin duda, existirían.

   Garibay es, pues, hoy por hoy, la fuente más antigua que poseemos para conocer los principios de Aránzazu. En su Compendio Historial dedica un capítulo entero a este santuario: el capítulo 25 del libro XVII. Si a primera vista puede parecer un tanto chocante el que en una historia general de España se haga una mención tan detenida de Aránzazu, la extrañeza se disipará al saber que Garibay era natural y vecino de Mondragón, y descendiente de Oñate, villas ambas muy cercanas al santuario y muy vinculadas al mismo, y que un hijo del propio historiador, de nombre Crisóstomo, fue religioso del monasterio de Aránzazu.

   Garibay, pues, al historiar el reinado de Enrique IV de Castilla, informa lo que sigue:

   "En estos tiempos de tanta calamidad y miseria, la Virgen María, Madre de Dios y Señora nuestra, tuvo por bien de visitar a la región de Cantabria (sabido es que Garibay creía que la antigua Cantabria que tuvo en jaque a las legiones de Augusto estuvo situada en Guipúzcoa) con una santa y devota imagen suya, que por divina providencia apareció en un profundo e inhabitable yermo del término de la villa de Oñate, en las faldas de la grande montaña, llamada Aloya (sic, hoy decimos Aloña), que pasó, de esta manera, según tengo relación cierta de un viejo de ciento siete años, que al tiempo que la santa imagen se halló, era mozo de diez años, y de otros de a noventa y más años. En este año de 1469, uno más o menos, un mozo, que guardaba ganado, llamado Rodrigo de Balzategui, hijo de la casa de Balzátegui, de la vecindad de Uribarri, jurisdicción de la dicha viIla de Oñate, guardando las cabras de su casa en las faldas de la dicha montaña de Aloya, un día sábado, que es dedicado a la Virgen María, descendió por sus vertientes abajo, guiado por la mano de Dios, a lo que piadosamente se debe creer. Cuya inmensa Majestad siendo servido, que dende en adelante, fuese en aquel desierto perpetuamente loado y ensalzado su nombre y el de la Reina de los Angeles, Madre suya y Protectora nuestra, siendo de los fieles cristianos de diversas partes aquel lugar visitado y reverenciado, permitió que a este mozo pastor se le apareciese en aquel profundo sobre un espino verde, una devota imagen de la Virgen María, de pequeña proporción, con la figura de su hijo precioso en los brazos, y una campana, a manera de grande cencerro, al lado. Esto sucedería en tiempo de verano, pues a tal lugar, ajeno de pastos de invierno, llevaba su ganado. De este caso tan impensado, se admiró el pastor, y juzgándolo por cosa de Dios, rezó la Ave María y otras oraciones que sabía, y luego con grande reverencia, cubriendo la santa imagen con ramas y otras cosas, que a mano pudo haber, ya que vino la noche, volvió con el ganado a su casa, Donde refiriendo el caso, y siendo después avisada la villa y regimiento de Oñate, con la justicia concurrió mucha gente del clero y pueblo, guiándolos el pastor, y con harto trabajo, llegados al lugar, hallaron la santa imagen, puesta en el espino verde. Entonces con grande hervor y devoción, hincándose todos de rodillas, dieron muchos loores y gracias al omnipotente Dios, y a la Virgen y Madre suya, porque con tan preciosa joya, y en semejante lugar puesta, que no carecía de grande misterio, los había querido visitar del cielo."

   Este es el relato que hace Garibay de la misteriosa aparición o hallazgo de una imagen de la Virgen por el pastor Rodrigo de Balzátegui, sobre un espino, árbol que en vasco se llama arantza, de donde parece que vino el llamar a este santuario con el nombre de Aránzazu. Este mismo relato, más o menos exornado con detalles y aditamentos legendarios, ha sido ampliamente cantado y difundido por la poesía popular vasca de carácter oral.

   Cabe preguntarse si es todo historia o si hay mezcla de leyenda en este relato recogido a cien años de distancia de los sucesos. No deja de ser curioso -y ello más bien acredita su historicidad- que Garibay, después de habernos dado esta versión, nos dice que existen también otras variantes del relato. Dice, por ejemplo, que, según otros, la imagen fue hallada por una pastora, llamada María de Datuxtegui, de la misma vecindad de Uribarri, "y otros refieren otras cosas"; pero el concienzudo historiador da como única versión auténtica la arriba transcrita y dice haber sido testificado de ello "por hombres muy viejos y ancianos y fidedignos" "después de mucha diligencia". Dice también que los primeros religiosos que habitaron el santuario "solían hacer muchas caricias y honra al Rodrigo, como a persona a quien la santa imagen fue revelada". De hecho, hasta el día de hoy subsiste la casería de Balzátegui en el dicho barrio de Uribarri. Y el sagaz historiador de nuestros días, padre Adrián de Lizarralde, ha hallado entre los papeles del archivo de Oñate dos Rodrigos de Balzátegui, padre e hijo, que en 1489 dieron el uno treinta maravedíes y el otro dos maravedíes para ayudar a la reconstrucción de la rúa nueva de Oñate, que se había incendiado ese año. El primero de dichos Rodrigos muy bien puede ser el afortunado pastor que halló la imagen.

   El momento histórico en que tuvo lugar la misteriosa epifanía de la Virgen de Aránzazu queda harto insinuado con las palabras de Garbay "En estos tiempos de tanta calamidad y miseria". Es de sobra conocido el estado de Castilla, y de España en general, por los años de Enrique IV. Años de anarquía, turbulencias y feroces desórdenes. Eran los últimos coletazos de una nobleza de tipo feudal, levantisca, que se insolentaba ante un rey débil y tenía a la nación en perpetuo desasosiego y luchas intestinas. En las provincias vascongadas hallamos el mismo fenómeno: los llamados parientes mayores, especie de nobleza a imitación de la de Castilla, asolaban el país con sus luchas de banderizos. Con la subida de Isabel al trono de Castilla, todo esto acabará para siempre. Los municipios vascos se unen entre sí para defenderse contra las pretensiones de los caciques y consolidan su autonomía. Unicamente Oñate, feudo del conde de Guevara, conocerá aún, por excepción, una anacrónica prolongación y supervivencia del régimen de vasallaje, que duró hasta el siglo XIX.

   Cuando Garibay escribía, las luchas de bandos que habían ensangrentado el país a fines de la Edad Media ya habían pasado a la historia, pero su recuerdo estaba aún fresco y vivo, y Garibay relata con cierta delectación y morosidad muchos episodios de ellas, pues él mismo pertenecía a una de las más ilustres familias, que había tomado parte activa en aquellas luchas. Y no olvidemos que Ignacio de Loyola, el santo fundador de la Compañía, es otro vástago de aquellas familias rudas y altivas, que tanta guerra dieron con sus turbulencias.

   La manifestación de la Virgen de Aránzazu, coincide, pues, de hecho cronológicamente con la finalización de la luctuosa época de las guerras de bandos y con el inicio de una nueva era de paz y prosperidad bajo el signo de un más auténtico cristianismo. Y por esto, sin duda, la Virgen de Aránzazu ha sido considerada tradicionalmente como la pacificadora de los odios y discordias y el símbolo de la nueva época. El advenimiento de la Andra Mari de Aloña clausura la Edad Media con sus restos de paganismo y su secuela de odios y luchas fratricidas, y abre la puerta a la Edad Moderna, edad de paz, de prosperidad, de un robusto y acendrado cristianismo, la edad, en fin, de las grandes empresas en Europa y ultramar.

   En 1686 el padre Juan de Luzuriaga publicará en México la primera historia de la Virgen de Aránzazu con el pomposo título de Paraninfo celeste. Historia de la mística zarza, milagrosa imagen y prodigioso Santuario de Aránzazu. Cuatro años más tarde, o sea en 1690, la obra se reeditó en San Sebastián. Su autor, que era alavés, había vivido largos años como religioso del santuario. Desplazado luego a México, concentrados y avivados por la lejanía sus recuerdos, escribe y publica allí su historia. En su relación figuran ya muchas estructuras metahistóricas y en todo el libro se respira un pesado ambiente de maravillosismo y alegoría, muy del gusto de la época. Para el padre Luzuriaga es incontestable que la imagen de la Virgen de Aránzazu ha sido hecha por el mismo Dios; si ya no es que a sus palabras se deba dar el valor de un puro género literario. En realidad, la imagen de la Virgen de Aránzazu, según los entendidos, es del siglo XIII, y por su estilo, traza y características entra de lleno en el género de las llamadas imágenes góticas o Andra Maris, que el padre Lizarralde ha descrito conforme al consabido esquema. La Madre aparece sentada en su trono, con atuendo y diadema de Reina; su actitud, un tanto hierática, está dulcificada por la belleza y perfección de sus formas humanas. Sobre su rodilla y mano izquierda descansa el Niño, desnudo, y mucho más toscamente logrado que la Madre. En su mano derecha la Virgen ostenta una bola, que no se sabe si es símbolo del mundo o de la realeza, o una alusión a la manzana del paraíso. La efigie es sumamente diminuta, pues sólo mide 36 centímetros de largo. Otro detalle digno de mención es la materia de que está hecha, ya que la Virgen de Aránzazu es de piedra, cuando todas las otras tallas de alguna antigüedad en la región son de madera. Complemento esencial de la imagen de la Virgen de Aránzazu es la campana, a manera de grande cencerro, con que la halló el pastor. Ambas piezas, la imagen y la campana, se han conservado hasta el presente. Desde el siglo XVII la imagen se presenta a la veneración de los fieles revestida de mantos y telas que en realidad la ocultan y desfiguran su verdadera traza y proporciones reales.

   A todo esto, ya se sabe cuál es la primera pregunta que espontáneamente viene a los labios: ¿Quién puso la imagen en aquel abrupto lugar donde la halló Rodrigo y qué es lo que con ello pretendía? Vana pregunta, para la que no se halla respuesta. Se ha pensado en algún penitente que se habría retirado a aquellas soledades a llevar vida ermitaña y que sería el dueño de la imagen y de la campana, pero todo ello no pasa de ser una pura conjetura. Evidentemente los contemporáneos vieron algo de milagroso o de providencial en las circunstancias que rodearon al misterioso hallazgo. Considerando que era voluntad del cielo que la imagen fuera venerada allí mismo donde se había manifestado, se le construyó una humilde ermita en el lugar, y pronto empezaron a afluir los devotos y peregrinos. De nuevo es Garibay quien tiene la palabra:

   "Las villas más cercanas que este santo lugar tiene, siendo Oñate y Mondragón, no tardaron, unánimes ambos pueblos, en instituir una cofradía. Los benaqueros de Mondragón, que son gentes que por causa de su oficio (que es de sacar debajo de tierra metales de acero y hierro), son diestros en romper peñas y cosas fragosas, comenzaron, siendo ayudados de los tenaceros de la misma villa (que son los que labran el acero), a romper y allanar los caminos. En lo cual, siéndoles grande ayuda los de Oñate, trabajaron tanto, que no pararon hasta hacer senda y camino por toda aquella fragosidad y aspereza, de modo que los peregrinos pudiesen con menos trabajo andar".

   Muy luego se pensó en traer a Aránzazu una comunidad de religiosos varones, que estuviesen al servicio de la imagen y de los peregrinos. Y vinieron, en efecto, los mercedarios, procedentes de Burceña (Vizcaya). Pero para cuando éstos llegaron había ya en el lugar unas piadosas mujeres o seroras. Y sea que éstas no quisieron ceder sus derechos sobre la ermita y la imagen, sea por otras causas, lo cierto es que los mercedarios abandonaron pronto el lugar. Tras los mercedarios surge, por una especie de generación espontánea, una comunidad de tercerones franciscanos, cuyo jefe, fray Pedro de Arriarán, había pertenecido a la comunidad de mercedarios y se había negado a seguir a éstos en su éxodo. Dicho fray Pedro era hijo de una de las beatas más principales y adictas a la Virgen de Aránzazu, llamada doña Juana de Arrarán. Cuando el cardenal Cisneros acometió la reforma de las Ordenes religiosas de España, y singularmente de la franciscana, los tercerones de Aránzazu se pasaron a los dominicos, y éstos se posesionaron del lugar. Después se siguió un pleito enojoso, que se substanció en la Rota Romana, entre la Orden dominicana y la franciscana, pues esta última reclamaba sus derechos sobre la casa de Aránzazu. El pleito se falló a favor de los franciscanos, quienes se posesionaron definitivamente del lugar en 1514.

   Siete años después subía a Aránzazu el peregrino más ilustre que el santuario ha conocido en su historia casi cinco veces secular: San Ignacio de Loyola. En 1520 los navarros se habían sublevado contra el rey de Castilla, ayudados de los franceses que penetraron en Navarra y coincidiendo con la revuelta de los Comuneros. Iñigo de Loyola voló a prestar sus servicios al rey de Castilla. Pero en la defensa de Pamplona cayó herido y la ciudadela hubo de capitular. Portado sobre parihuelas, el valiente capitán fue trasladado a su casa de Loyola. El itinerario más probable que la comitiva siguió, y que el padre Recondo, S. L, ha descrito en "Razón y Fe" (1956, tomo 153, p.205ss), pasa por el alto de San Juan de Artía, casi rasante con Aránzazu. Desde allí el enfermo pudo divisar, al entrar de Alava en su tierra nativa de Guipúzcoa, el aún reciente santuario, que ya gozaba de relativa celebridad en la región.

   Después de pasar largos meses en Loyola luchando entre la vida y la muerte, Iñigo es visitado por la gracia y decide trocar el servicio del rey temporal por otro más alto servicio a un más alto Rey. Y su primera salida de Loyola es para subir a postrarse a los pies de la Virgen de Aránzazu, ante cuya imagen veló una noche y probablemente hizo su voto de castidad. Después traspuso nuevamente el alto de San Juan de Artía y se dirigió a Navarrete a despedirse del duque de Nájera. De aquí se encaminó a Montserrat y a Manresa. La visita de San Ignacio a la Virgen de Aránzazu fue a principios de 1522. De ella habla el propio fundador de la Compañía en una carta dirigida a San Francisco de Borja y fechada en Roma en 1554.

   No vamos a seguir narrando las vicisitudes ulteriores del santuario mariano de Aránzazu: su vinculación con personajes célebres de Guipúzcoa, como Legazpi, el conquistador de las Filipinas; Elcano, primero que realizó el viaje de circunnavegación a través del globo; el almirante Oquendo, etc. Aunque el santuario de Aránzazu se halla metido tierra adentro, alejado de la costa, ya Garibay hacía notar que los más devotos de esta Virgen y los que más experimentan su protección eran los mareantes. Nada diremos tampoco del arraigo de la devoción a esta Virgen en toda la región vasco-navarra y su irradiación en ultramar. Ni de los tres incendios generales que el santuario ha padecido, uno en el siglo XVI, otro en el XVII y otro en el XIX, seguido este último de la exclaustración y supresión de los religiosos en España. Iniciada la restauración en el último cuarto del siglo pasado, a poco fue la Virgen de Aránzazu coronada canónicamente (1886), y en 1913 declarada Patrona de Guipúzcoa. Actualmente Aránzazu es el convento principal que posee la provincia franciscana de Cantabria, el lugar donde ella tiene instalado su Estudio de Teología y su Escuela Seráfica, vivero en que se forman las vocaciones franciscanas y plantel de futuros misioneros, que desde aquí parten a todos los territorios encomendados a dicha provincia: a Cuba, Paraguay, Uruguay, Argentina, Bolivia y -desde que el comunismo cerró las puertas de China- también al Japón.Para el pueblo fiel, Aránzazu sigue siendo lo que siempre fue: un lugar de peregrinación, un centro espiritual, adonde acude a renovarse espiritualmente mediante la recepción fructuosa de los sacramentos, de penitencia y comunión y la intensificación de su piedad mariana. En consonancia con esta finalidad de renovación espiritual, funciona desde hace algunos años una casa de ejercicios espirituales, por la que desfila toda clase de personas. En 1951 se inició la edificación de una nueva basílica, más capaz y más apta para las actuales necesidades. Esta valiente y austera construcción es obra de los señores arquitectos Saiz Oiza y Laorga, cuyo proyecto fue premiado en concurso nacional de Arquitectura previamente convocado al efecto. A la hora que esto se escribe la nueva basílica se halla ya concluida en su parte arquitectónica y habilitada al culto pero su decoración artística de pintura y escultura está aún por realizarse.

   En resumen, Aránzazu es un caso más, una cuenta del larguísimo e interminable rosario de santuarios marianos diseminados por toda la extensión de la cristiandad. Y ¿qué son los santuarios marianos, si atendemos a su sentido profundo? Otras tantas muestras fehacientes de que María no olvida la encomienda sagrada que le diera el Redentor, Desde que Jesús, moribundo, le dirigiera aquellas misteriosas palabras: He ahí a tu hijo, una llama inextinguible de amor materno hacia el género humano arde en sus entrañas, y nunca, a lo largo de todos los siglos y en todas las latitudes, ha cesado Ella de cumplir su misión de venir en ayuda del hombre caído para guiarle al logro de su destino eterno.

 LUIS DE VILLASANTE, O. F. M.



SAN GORGONIO, Mártir


9 de septiembre


SAN GORGONIO, 
Mártir

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El que combate en la palestra no es coronado
sino cuando lidiare según las leyes.
(2 a Timoteo, 2, 5).

   Gorgonio, chambelán de Diocleciano, viendo un día a su señor torturar a un cristiano, exclamó: "¿De dónde procede, emperador, que de dos hombres culpables del mismo crimen, no has castigado sino a uno solo? La fe de este hombre es la mía; participo de su resolución". Irritado Diocleciano, lo hizo azotar con tal violencia que su carne volaba en jirones; ordenó después que se le echase sal y vinagre en las llagas. Por fin, después de haberlo hecho asar a fuego lento en una parrilla, lo condenó a ser ahorcado.

MEDITACIÓN
SOBRE LA ETERNIDAD

   I. Hay una eternidad de dicha o de desgracia para ti; es una verdad que ningún cristiano puede poner en duda. ¿Comprendes esta palabra: Eternidad? ¿Piensas en ella? ¿Trabajas porque sea feliz para ti? ¡Oh eternidad, cuántas soledades pobló tu pensamiento! ¡cuántos santos ha hecho! Día y noche piensa en estas dos palabras: Seré eternamente feliz. o eternamente desgraciado. ¡Eternidad!... ¡Eternamente feliz... o eternamente desgraciado!...

   II. El fin de la vida es el comienzo de la eternidad; ya no habrá más tiempo, ya nada podrás hacer ni para ganar el cielo, ni para evitar el infierno. ¡Oh momento de la muerte, momento tremendo, del cual depende una eternidad de dicha o de infelicidad! ¿Cuándo llegará ese momento? Acaso hoy mismo; y, necio de mí, ¡no pienso en él! ¿Por qué no emplear el tiempo que Dios me da en procurarme una eternidad bienaventurada? Medita este lema de un gran prelado: La eternidad depende de un momento.

   III. La eternidad es una corona de gloria para los bienaventurados, y una corona de sufrimientos para los condenados. Siempre comenzará y nunca terminará. Los condenados sabrán y creerán que sus suplicios durarán por toda la eternidad, sin descanso, sin interrupción, sin esperanza de consuelo. ¡Eternidad, eternidad! ¡cuán tremendo es tu recuerdo, pero cuán saludable! Pensemos en ella. Nunca adoptaríamos bastantes precauciones cuando es la eternidad la que está en peligro. (San Bernardo).

El pensamiento de la eternidad -Orad
por la conversión de los pecadores.

ORACIÓN

   Señor, que vuestro mártir Gorgonio nos favorezca con su intercesión, y nos haga celebrar con gozo su piadosa solemnidad. Por J. C. N. S. Amén.

SAN PEDRO CLAVER, Confesor


9 de septiembre



SAN PEDRO CLAVER,
Confesor


   Escenario de horror.

- No hace aún doscientos años los periódicos de La Habana publicaron estos avisos en sitio destacado:
   "Un mulato como de treinta años, buen cocinero, sano y con todas tachas, menos ladrón, se cambia por negro, mulas, caballos o volanta. En el almacén que era de don Juan Rincón darán razón." (Papel periódico 18 enero de 1785).

   "Buena ocasión." "Se vende una mulata de dieciocho años de edad, recién venida del campo, sin vicios malos, muy dócil, 500 pesos. Otra mulata de veintiséis años, casada en la villa de Santiago, con su cría de cinco meses, en 300 pesos, alcabala y escritura y sin incluir la cría".

   Adelante, señores; 200 piastras vale esta linda negra, buena lavadora, 200 piastras, señores. Vedla: es joven aún".

   "¿250 piastras dijo? Es suya... ",  y el dueño la empujó y siguió con ella; había comprado también un reloj de la sucesión de M. Reynoil y dos sillas. La escena sucede en Martinica, comienzos del XVIII.

   Mercados parecidos tenían lugar en Portobello, Jamaica, Lima, Veracruz, Cartagena. Es la esclavitud de la raza de color. La trata negrera. El negocio era bueno. Un esclavo, "una pieza de Indias", se compraba en África en 1683 por ocho francos y se vendía en Cartagena en 100 pesos. Se podían permitir los negreros el lujo "de que murieran en el camino las dos terceras partes del cargamento humano".

   El sordo rumor de los encadenados, el ambiente fétido "de las calas de los veleros, el dolor de un presente y el temor de un futuro sin esperanzas", pensaban que les destinaban a morir y de su sangre teñir los navíos, dan una estampa de colores crudos. Aragó fue un viajero que vio esta escena:

   "Allá en un salón bajo y hediondo están clavados en el suelo y en las paredes bancos negros y sangrientos. En estos bancos y sobre este piso húmedo, se sientan desnudos, hombres, mujeres, niños y alguna vez ancianos que esperan al comprador. Apenas se presenta éste en la puerta, y a una señal del amo, todo el harén se levanta, gesticula, se agita, se contrae, muge canciones salvajes, prueba de que tiene pulmones y que ha comprendido perfectamente la esclavitud. ¡Infeliz del que no trata de distinguirse de sus compañeros!, el látigo está preparado para surcar su cuerpo y hacer volar por el aire los pedazos de carne negra.

   Ahora, silencio: el negocio va a tratarse, y cerrarse la venta.

   -¡Eh, pst, tú, aquí...!

   "Cualquiera cosa" se levanta: esa cualquiera cosa es un ser que tiene dos ojos, una frente, sesos, un corazón como tú y como Yo... ¡pero me engaño!, ese pecho no encierra un corazón; pero, por lo demás, está completo.

   -Mirad "esto". (Es el armo).

   -Camina.

   Y "eso" se pone a caminar.

   -Ahora corre.

   Y "eso" corre. Alza la cabeza, agita los miembros, patea, grita, enseña los dientes.

   -Vamos, bravo. ¿Cuánto vale?

   -Seis cuádruplos.

   -Doy cinco. Pero ahora que me acuerdo, ¿ha pasado ya la viruela?

   -Ya la ha tenido; mirad bien.

   "En efecto, manchas amarillas y lucientes esparcidas sobre el cuerpo negro testifican el contacto de un pequeño hierro candente, cuya cicatriz ha dejado una señal que engaña al inexperto comprador".

   -Está bien; he aquí vuestros cuádruplos.

   -Cantad ahora vosotros.

   La cascada cae mugiendo, los compradores salen, empujando delante de ellos a puntapiés su adquisición. El amo mete su oro en una bolsa de cuero, y se coloca en la puerta para detener otros parroquianos al paso: he aquí en miniatura un mercado de negros.

   Estas escenas del realismo brutal ocurrían en el Nuevo Mundo y eran eco de la gran cacería africana.

   Un día del siglo XV el portugués Albiso de Cadamosto se encontró en la Costa de Oro con unos negros. "Todos -dice- corrieron a verme como una gran maravilla...; los unos cogían mis manos y las frotaban con saliva para ver si mi blancura procedía de alguna pintura o tinte que tuviera sobre mi carne..."

   Más tarde hay una fecha. El 12 de enero de 1510, segundo viaje de Colón. Su majestad manda a los oficiales de Indias emplear negros. Asientos de negros..., palabras que esconde la tragedia de catorce millones de seres desplazados de sus bohíos, de su tierra nativa, de sus familiares y lanzados a un mundo nuevo. Un millón llegó a Cartagena de Indias. Era uno de los tres puertos negreros.

   El dorado Divino.

- "Padre Claver: ¿cuántos esclavos negros cree haber bautizado?

   -Hermano Nicolás: según mi cuenta más de 300.000..."

   Este diálogo seco tuvo lugar hace trescientos seis años en el colegio de los jesuitas de Cartagena de Indias. Al protagonista no le ha cubierto el polvo de tres siglos.

   En voz baja los niños de hoy, blancos y negros, preguntan a sus padres: "¿De quién es esa calavera que va en esa urna dorada? —Es un santo, es San Pedro Claver, y agregan: se llamó el esclavo de los esclavos negros; les quería mucho; murió en Cartagena el 8 de septiembre de l654".

   Tres siglos no han borrado su recuerdo. Y los niños blancos y negros unen sus rostros curiosos y se acercan al Santo que vive hoy como ayer. La figura de Claver se agiganta. Es el patrono de Colombia. No se piensa que ese hombre es el libertador de una raza oprimida.

   El padre Pedro Claver, cuando charlaba con el hermano Nicolás y se sometía a un verdadero reportaje, era un anciano de setenta años; le llamaban el Santo y sus ojos eran tristes. "Era de mediana estatura, un poco inclinado, cabeza grande, rostro descarnado, color pálido obscuro, frente ancha y rugosa cruzada por dos profundas arrugas horizontales, ojos hundidos, tristes, barba poblada, boca grande".

   El hermano Nicolás González, cuyo testimonio permite reconstruir algo de la vida del Santo, era un hermano coadjutor jesuita que le acompañó durante veintidós años. Fue su gran amigo y admirador: fue el testigo que dijo más cosas en el proceso de canonización. La personalidad de Claver le llenaba de estupor. En él no se realizaba la frase "No hay hombre grande para el ayuda de cámara".

   Declaró con juramento, "por lo menos hacía un acto heroico diario". Esta palabra: "heroísmo", en aquel siglo XVII, tenía un sentido fuerte, sonaba a selva virgen y a sangre. Pedro Claver vivió una época brillante (1580-1651).

   Habían pasado tres grandes sucesos: el Renacimiento, la Reforma y el descubrimiento de América. Era la etapa de la consolidación de fronteras, de forcejeo de fuerzas, de cimientos de imperios. Existía la magia fresca del Nuevo Mundo. El eco de las hazañas sonaba como clarín en los descendientes de Pizarro, Cortés, Quesada... El Dorado brillaba como una ilusión en los ojos ardientes de aquellos campesinos acostumbrados a domeñar una tierra gastada. El fabuloso nuevo mundo era el ideal de las almas selectas y de los cuerpos famélicos. América fue luz de conquista terrena y espiritual. El soldado soñaba con su espada y su misión. Era la tierra nueva para los conquistadores a lo humano y lo divino.

   El 15 de abril de 1610 se embarcó en Sevilla en el galeón San Pedro en la madurez de los treinta años el silencioso Pedro Claver. Un conquistador más en su Dorado de esclavitud.

   Infancia sin historia.

- Verdú es un pueblo catalán del valle del Urgel. 2.000 habitantes en tiempos del Santo. Célebre entonces y ahora por sus ferias de mulas y sus cántaros redondos que conservan el agua fresca. Paisaje de viñedos, olivos y cereales. El horizonte es amplio en la llanura. La silueta que se destaca desde la carretera de Lérida-Barcelona es simple en su simbolismo. La torre -Verdú era una villa amurallada, militar- del homenaje, que domina el castillo, gloria de los Cerveras antes, hoy depósito de cereales y una iglesia románica. Verdú fue durante mucho tiempo una ciudad levítica, de abadengo. Perteneció a la abadía de Poblet. Una sardana popular dice de la villa: "Brillas en primavera la púrpura con sus amapolas, en verano con el oro de tus trigales, en otoño con el rojo de los viñedos y el verde obscuro de los olivares". Verdú es gloria de dos grandes hombres: Juan Teres, que fue virrey de Cataluña, y Pedro Claver, el misionero de la Nueva Granada. Los amigos de la leyenda agregan un tercer personaje: Colom... Este apellido es frecuente entre los payeses, y un padrino de Claver calcetero se apellidaba Colom.

   En la calle mayor de la villa, en una masía grande, nació el 26 de junio de 1580 Pedro Claver. Sus padres eran unos campesinos acomodados, tenían dieciocho fincas y un patronato con otras once: no pertenecían a la nobleza como se ha dicho. Los padrinos eran calceteros y canteros. Los padres del Santo se llamaban Pedro Claver y Juana Corberó. Tuvieron 6 hijos, de los cuales, Catalina y Catalina María murieron en la infancia, Jaime a los veintiún años. Quedaron tres: Juan Martín, el mayor; Isabel, la más pequeña, y el Santo, que era el penúltimo. El jefe de la familia no era muy instruido, apenas sabía firmar, pero era de juicio recto y singular bondad; figura como albacea en muchos testamentos y fue "jurat encap" en 1601 y 1605. La fe de bautismo que se conserva hoy día en el despacho parroquial de Verdú dice así: "El 26 de junio de 1580 fue bautizado Juan Pedro, hijo de Pedro Claver, de la calle mayor, y Ana, mujer de aquél. Fueron padrinos Juan Borrel, cantero, y Magdalena, mujer de Flavian Colom, calcetero, todos de Verdú. Dios le haga buen cristiano." Dios le hizo algo más: un gran santo.

   Su infancia fue la de un campesino. No tiene historia. A los diecinueve años inició su vida eclesiástica. Más tarde entró en la Compañía de Jesús. En la maravillosa isla de Mallorca se encontró con un santo anciano, San Alfonso Rodríguez. Era un místico, su figura de castellano viejo se parecía a un sarmiento retorcido por la penitencia, tenía fuego interior. Un día tuvo una visión que se refería a su amigo. Vio un trono en el cielo para Claver, "porque allá en las Indias tendría que padecer mucho".

   "¡Ay!, Pedro, cuántos están ociosos en Europa mientras en América perecen tantas almas..., allá está tu misión". Pedro Claver sintió una luz en su camino y un gran ardor conquistador. Desde ese momento su alma grande soñó con el nuevo mundo. Tres ciudades de Colombia fueron el escenario de su vida:

   Santa Fe de Bogotá, con sus casonas, sus patios, sus claustros viejos de San Bartolomé. Pedro Claver vivió en la capital dos años. Es el único santo canonizado que ha pisado estas calles y recorrido estos caminos.

   Tunja, envuelta en su paisaje ascético y místico, dureza serena y elevación profunda. Es otra ciudad claveriana. Allí estuvo un año.

   Cartagena, la metrópoli cálida de la colonia, llena de luz y de contrastes, ciudad militar, mística y popular. Por sus calles y plazas el Santo de los esclavos anduvo treinta y ocho años.

   El día 20 de marzo de 1616 Pedro Claver se ordena de sacerdote en la catedral de la ciudad heroica. Unos años más tarde, el 3 de abril de 1622, tuvo lugar una escena silenciosa pero trascendental. En un papel ordinario, vasto, con su letra clara un poco inclinada a la derecha y con trazos rectos, escribió las palabras que se han hecho inmortales, Petrus Claver aethiopum semper servus. "Pedro Claver, esclavo para siempre de los etíopes" (es decir, de los negros).

   Desde este momento, la vida de este hombre no será sino una cadena de sacrificios, de entregas al hermano, que sufre abandonado. Olvidará todo lo brillante de la vida.

   Ataúdes flotantes.
 - La humanidad siempre ha sido cruel; hoy hay campos de concentración, ayer había barracones negreros.

   El padre Sandoval fue el primer apóstol de los negros que de una manera sistemática trabajó en Cartagena de Indias. Escribió un libro genial: De la salvación de los negros, que en su género es único por su valor sociológico y valiente. El galeón negrero se acerca al puerto. Ya las velas se recogen. Ha pasado el fuerte del Pastelillo y se puede oír el rumor del puerto. En el fondo del navío un terrible murmullo. Gritos de angustia, miradas ansiosas, los negreros muestran un rostro más benévolo. Ha llegado una tercera parte de su mercancía y hay interés en que dé buena impresión. "Rían, esclavos..., rían".

   "Cautivos estos negros con la justicia que Dios sabe -dice Sandoval- los echan luego en prisiones asperísimas, de donde no salen hasta llegar a este puerto de Cartagena. A veces llegan doce o catorce navíos al año, hediondos, y les da tanta tristeza y melancolía por la idea que tienen que les traen para hacer aceite de ellos o comérselos, que mueren un tercio de la navegación. Vienen apretados, asquerosos y tan mal tratados que me certifican los que los traen que vienen de seis en seis con argollas en el cuello, con grillos en los pies de dos en dos, de modo que de los pies a la cabeza vienen aprisionados. Debajo de la cubierta, cerrados por fuera, donde no ven sol ni luna, que nadie puede atreverse a meterse allá sin marearse ni resistir una hora.

   "Comen cada veinticuatro horas, no más que una mediana escudilla de harina de maíz o de mijo o millo crudo y con él un pequeño jarro de agua, y no otra cosa sino mucho palo, mucho azote y malas palabras".

   "Con este tratamiento llegan unos esqueletos, sacándolos luego a tierra en carnes vivas, pónenles en un gran patio corral, acuden luego a él innumerables gentes, unos llevados de la codicia, otros de curiosidad y otros de compasión; éstos son los misioneros, y aunque van corriendo siempre hallan algunos muertos".

   Página terrible de un testigo del maestro y antecesor de San Pedro Claver. El mismo confiesa que, ante esta humanidad repugnante, sentía espasmo y su naturaleza quería huir.

   La gran manada. - Sólo se conserva un retazo de carta del 31 de marzo de 1617. De ella son estas líneas:

   "Ayer saltaron a tierra un gran navío de negros de los Ríos de Guinea. Fuimos allá cargados de naranjas, limones, tabaco. Entramos en sus barracones, remeros de una y otra parte. Fuimos rompiendo hasta llegar a los enfermos, de que había gran manada echados en el suelo, muy húmedo y anegadizo. Echamos manteos fuera, terraplenamos el lugar, llevamos en brazos a los enfermos..."

   La sociología de Claver no era complicada ni recargada de incisos. Tuvo un amor supremo: "Señor, te amo mucho, mucho...". Una voluntad de acero: cuando el cuerpo se rebelaba ante una llaga abierta, ante el horror de un leproso hecho pedazos, su rostro demacrado y amarillento como las olivas de su pueblo se encendía, sacaba una disciplina que termina en pequeños pedazos de hierro y allí mismo, ante el enfermo, desgarraba sus carnes magras. "Así, así, pues ya verás", y la tempestad pasaba, Su rostro, como el mar Caribe que lamía los muros de su cuarto, se volvía sereno y se inclinaba al enfermo, besaba una y otra vez sus llagas, "hasta dejarlas limpias con sus propios labios".

   "Retírese, hermano".

- El hermano Nicolás, su compañero de veintidós años, dijo: "Yo le acompañé -declara en el proceso-, la enferma está en un cuarto obscuro, hacía un calor terrible y un hedor insoportable. A mí se me alborotó el estómago y me caía por tierra. El padre me dijo: "Retírese, hermano mío" y vi sus labios en las llagas de la pobre esclava negra". Una vez, una enferma no pudo soportar esta postración y gritó con angustia: "No, no, mí padre, no hagáis esto". Pocas veces la tierra ha visto a un hombre amar tanto a unos seres rotos y abandonados. como el padre Claver.

   El capitán Barahonda testifica: "Y los negros a su vez le amaban, pues les tenía mucho amor y siempre que lo veían iban a besarle la mano y se postraban arrodillados en su presencia".

   Llega un buque negrero.

 - Un día cualquiera de 1622 a 1654. La escena era muy conocida en el colegio de San Ignacio, situado junto a las murallas, a pocos pasos del desembarcadero de los esclavos. Un mensajero llegaba jadeante al cuarto de Claver. El Santo había prometido oraciones especiales al que diera la primera noticia. Gran don. Su cuarto era muy pobre: una silla desvencijada, una cama con una estera y allá, en el rincón -cosa singular- una despensa abastecida: naranjas, limones, tabaco, aguardiente o aguafuerte.

   Al primer anuncio todo es movimiento. Los intérpretes negros "su brazo derecho"; uno, llamado Calapino, hablaba doce lenguas de África. ¿Sus nombres? Andrés Sacabuche, Aluanil, de Angola; Sofo y Yolofo, de Guinea; Viafara Manuel y Juan Moniolo... y con ellos el hermano Nicolás González, el viejo amigo. Al puerto, pronto. Cada uno con su carga. Decía Pedro Claver: "Navío de negros ha venido, es necesario anzuelo".

   Su facha era singular: una bolsa de cuero amarrada al brazo izquierdo, en ella un revoltijo: un manual eclesiástico, los cirios, aceite santo, una cruz, tabaco, vestidos...

   El padre Claver era melancólico en sus últimos años, pero su natural era colérico. Había sufrido mucho y visto mucha miseria. Allá se veían en la borda unas figuras negras, él saludaba con ansia. A veces no esperaba, tomaba la primera barquichuela que encontraba. El espectáculo era triste, en el ambiente fétido, mezcla de pez y desperdicios, un rebaño de seres desnudos; en su mirada, el recuerdo de un pasado de horror y terror indisimulado.

   Pensaban que les iban a matar y por eso gritaban en su lengua aguda. ¿Habría llegado la hora de la matanza? "No temáis -gritaban los intérpretes-, es el padre Pedro; él os ama". Y Claver, en la imposibilidad de hacerse entender en todas las lenguas, les iba abrazando uno a uno, era el lenguaje común. Primero a los niños moribundos: "yo te bautizo", y allí mismo muchos volaban a la eternidad. Luego los enfermos. A veces un sorbo de aguafuerte les hacía volver en sí. Claver era muy humano para los demás, sólo para él reservaba el rigor. Su cuerpo estaba lleno de cilicios "desde los dedos del pie al cuello". El hermano Lomparte dijo un día:

   -¿Qué es eso, padre? Hasta cuándo ha de tener amarrado el borrico?

   -Hasta la muerte, hermano -fue la respuesta.

   El borrico era su Propio cuerpo atormentado.

   Esclavo, de los esclavos.

 - Y seguía la gran carrera de la caridad. La enseñanza del catecismo, maravillosa; cinco, ocho horas en lóbregos barracones. El bautismo, 300.000. La rudeza de los hospitales donde su cuerpo y su alma se entregaban. La idea fija de la liberación de sus "señores esclavos". Este fue Claver durante cuarenta años. El santo heroico. El maravilloso santo de Cartagena que hacía milagros con su Cristo de madera y sabía poner esperanzas en los que habían llegado de África sin ellas. Tuvo contradicciones. Le llamaron ignorante. "El prefería a sus negros, y las señoras de Cartagena doña Isabel de Urbina y doña Mariana de Delgado debieron aguardar horas en la fila de esclavas que esperaban junto al confesionario del padre Claver". Dice un intérprete: "Tenía gran compasión de estas pobres negras que no tenían a nadie. Para las otras no faltaban confesores".

   Abandonado.

 - Misterios de la vida y de la ingratitud humana. El padre Claver cayó un día paralítico, "entró, después de una misión en Tolú, al colegio con el color del rostro más pálido, las facciones desencajadas, las fuerzas débiles". Estaba herido de muerte.

   Cuatro años en este aposento que visitan hoy los turistas en Cartagena de Colombia, allí, junto al rumor del mar Caribe. El dinámico estaba inmóvil. El santo de la ciudad estaba abandonado. Todos habían huido y sólo el negro Manuel estaba a su lado. El negro Manuel, sin embargo, era esclavo nuevo. Le hizo sufrir mucho y no se quejó. "El mismo confesó luego que le dejaba sin pan ni ración. No quería vestirle, le gobernaba a empellones y sólo pudo notar que cuando bajaba a la cocina el anciano paralítico, con su mano temblorosa, tomaba una disciplina sobre sus carnes moribundas. "Más merecen mis culpas", solía decir. Era la suprema purificación del abandono y el olvido.

   Paz.

- Y llegó un día, 6 de septiembre de 1654, en que un murmullo potente se oyó en la ciudad. Despertaba de un sueño de olvido. ¿Qué sucedía? El Santo muere. El Santo muere. Y ante el moribundo empezó la apoteosis más gigantesca que los hombres hayan conocido. El 7 de septiembre perdió el habla y el día 8, entre "la una y las dos de la mañana -dice el padre Arcos, su superior y testigo-, sin hacer acción ni movimiento alguno, con la misma paz, tranquilidad y quietud que había vivido. dio su alma a Dios".

   El hermano Nicolás escribía sublimemente más tarde:

   Quedó con el mismo semblante que siempre tuvo, Y yo conocí que había muerto porque de repente se le mudó la cara pálida y muy macilenta en un esplendor y belleza extraordinarias; conocí que su alma gozaba de Dios separada del cuerpo. Me arrodillé, besé sus pies muertos, muy bellos y muy blancos y lo mismo hicieron los que estaban allí, sacerdotes, españoles, moros...

   Han pasado tres siglos desde aquel día memorable. San Pedro Claver no es para su ciudad, Cartagena, ni para el mundo un personaje muerto. Vive irradiando beneficios y amor. Sus reliquias van triunfales por los caminos de Colombia y en su santuario de Cartagena pasan todos los años más de 100.000 personas venidas de todo el mundo.

   Hoy se oye también la palabra maravillada: "el Santo, el Santo". Es el patrono de todas las misiones con negros, el patrono de los obreros de Colombia, en especial. Es una de las mayores figuras del mundo hispánico. El primer misionero del siglo XVII (Astrain).

   "Columna inexpugnable de la Iglesia" (Tarraconense).

   "Su nombre queda grabado con letras de oro en la historia" (Pastor).

   "La vida que mas nos ha impresionado después de la de Cristo" (León XIII).

   Reconciliación.

- Margarita era una esclava negra de Caboverde; su dueña era la gran señora cartagenera doña Isabel de Urbina, devotísima de Claver. La esclava era predilecta del Santo, pues le ayudaba a cocinar platos especiales para los leprosos de San Lázaro y en los últimos días ella preparaba, por mandato de su ama, algo nuevo para el moribundo. En la mañana del 8 de septiembre doña Isabel se acercó llorosa a la esclava. Leyó en sus ojos la noticia. El padre Pedro había muerto. "Margarita -le dijo- desde hoy eres libre". Abrió sus grandes ojos y cayó en los brazos de la gran señora. Sintió dolor por su libertad. Era la reconciliación simbólica de dos razas sobre la tumba de Claver.

   Esta es una de las mayores grandezas de este Santo. Fue el libertador de una raza, sobre todo porque supo infundir en aquellas almas desgarradas un ideal de esperanza. Les enseñó a reír de nuevo con esa risa fresca de la raza de color. En estos tiempos de inquietudes, de odios, de egoísmos, San Pedro Claver trae un mensaje.

 ANGEL VALTIERRA, S.I.  




SANTA MARÍA DE LA CABEZA, Matrona


9 de septiembre


SANTA MARÍA
DE LA CABEZA,
Matrona


   La vida de esta mujer humilde, escondida con Cristo en Dios, trabajadora, esposa, madre de familia, viuda y anacoreta,  se desenvolvió en la región de  Madrid, recién conquistada por el rey castellano Alfonso VI a los moros del reino taifa de Toledo, que entraba a finales del siglo XI en la historia de Europa occidental. Una zona que había pertenecido hasta entonces al califato de Córdoba, donde se hablaba el árabe y donde los cristianos, denominados Rum (romanos) o también mozárabes, perseveraban en la confesión de la fe católica según las costumbres antiguas de España heredadas de los visigodos. Tierras que entraban a formar parte de la Castilla del Cid (1099), y que se esforzaba por aclimatarse a los francos que entraban con los reconquistadores. En una Iglesia que vivía con gozo la reforma gregoriana, pero con añoranza e incomprensión la supresión de sus fiestas y costumbres ante la imposición del Rito romano. En un contexto de paz inestable por las continuas incursiones almorávides, que no resistían el avance cristiano después de la conquista de Toledo (1085). En un siglo XII donde el Norte ibérico es surcado por enjambres de peregrinos europeos que recorren el Camino hacia la tumba del Apóstol Santiago, que en Toledo comienza a verter al latín la sabiduría que transmiten los árabes y con una Córdoba que respira el refinamiento del Oriente.
   Esta fue la situación de la madrileña universal que fue santa María, mujer de san Isidro y madre de san Illán. En el barroco se la denominaba estrella carpetana, nosotros podemos calificarla de mujer admirable. En efecto, la dureza de las condiciones de la sociedad agraria medieval la sentían sobre todo las mujeres... Ese fue el cuadro real en el que se santificó la mujer que sería posteriormente el marco de referencia de la Villa y Corte de un imperio que extendería el culto de la labradora desde las Filipinas hasta California.

   En el siglo XVIII, al preparar el texto litúrgico de los Maitines del Oficio Divino se escribe, con gran esmero histórico, una primera biografía breve. El relato, destinado para el rezo, resume lo más sustancial que se conservaba en la memoria popular:

   María de la Cabeza nació en Madrid o no lejos de esta localidad. Sus padres, piadosos y honestos, pertenecían al grupo de los llamados mozárabes (del árabe musta'rab, "arabizado", con este nombre se conocía a los cristianos que vivían bajo la dominación musulmana en al-Andalus). Fue esposa de san Isidro Labrador. No es fácil decir con qué santidad y trabajos llevó su vida de mujer casada. Sus ocupaciones eran arreglar la casa, limpiarla, guisar la comida, hacer el pan con sus propias manos, todo tan sencillo que lo único que brillaba en su vida eran la humildad, la paciencia, la devoción, la austeridad y otras virtudes, con las cuales era rica a los ojos de Dios. Con su marido era muy servicial y atenta. Vivían tan unidos como si fueran dos en una sola carne, un solo corazón y un alma única. Le ayudaba en los quehaceres rústicos, en trabajar las hortalizas, y en hacer pozos no menos que en el oficio de la caridad, sin abandonar nunca su continua oración.

   Como ambos esposos no tenían mayor ilusión que llevar una vida pura y fervorosamente dedicada a Dios, un día se pusieron de acuerdo para separarse, después de criar su único hijo, quedándose él en Madrid, y ella marchándose a una ermita situada en un lugar próximo al río Jarama (la ermita de Nuestra Señora de la Piedad, en Torrelaguna, donde a su muerte sería enterrada). Su nuevo género de vida solitaria, casi celeste, consistía en obsequiar a la Virgen, hacer largas y profundas meditaciones, teniendo a Dios como maestro, limpiar la suciedad de la capilla, adornar los altares, pedir por los pueblos vecinos ayuda para cuidar la lámpara, y otros menesteres.

Ermita de Torrelaguna
   El texto más antiguo donde se menciona a la santa es el manuscrito conocido como el Códice de Juan Diácono: una colección de relatos de milagros realizados por su esposo Isidro, escrito en latín con primorosa caligrafía a mediados del siglo XIII, cuando todavía se conservaba fresca la memoria de los santos esposos. El pergamino se custodiaba en el archivo de la vieja parroquia matritense de san Andrés. El autor pudiera ser un archediano de la Almudena o bien el franciscano Juan Gil de Zamora, secretario de Alfonso X el Sabio.

   Al nacer su hijo Illán regresaron a Madrid y continuó con sus milagros, entre ellos la resurrección de su propio hijo después de que éste cayera a un pozo. Cuando Illán fue mayor de edad, el matrimonio decidió separarse para vivir de una manera más santa. María regresó a Torrelaguna como santera de la Iglesia del Temple, y entonces fue ella quien comenzó a realizar milagros de similar cariz a los de su marido mientras cuidaba el fuego sagrado en la lámpara de la virgen. Isidro permaneció en Madrid con su hijo Illán, pero ya no realizó más milagros, como si se hubiera dedicado plenamente a la educación del niño, a transmitirle sus conocimientos y sus poderes. Cuando murió el padre, Illán se desplazó a Villalba de Bolobras y se instaló de ermitaño junto al castillo templario, haciendo los mismos milagros que sus padres, relacionados con el agua, la agricultura y los animales.

 

SAN KIRIANO O QUERIAN Abad de Clonmacnois


9 de septiembre


SAN KIRIANO O QUERIAN 
Abad de Clonmacnois
(¿556? d. C.)

   Kiriano de Clonmacnois, llamado también "el Joven" para distinguirlo de San Kiriano de Saighir, nació en la localidad de Roscommon o Westmeath. Su padre, Beoit, era carretero, aunque también se dice que era carpintero, como San José. Asimismo, se afirma que murió a los treinta y tres años (aunque probablemente era mayor) y se le tratan de encontrar otras semejanzas en sus múltiples leyendas, con la existencia terrenal de Cristo como invenciones instintivas o inconscientes de las gentes sencillas cuya sensibilidad se impresionó con la santidad de Kiriano. Su madre llevaba el nombre de Darerca, pertenecía a la tribu de los Glasraige y era nieta de un bardo llamado Glas. Es muy posible que las dos familias hayan pertenecido a las razas que poblaban el norte de Europa antes de los celtas. Debido a la tiranía de un caudillo o reyezuelo, Beoit huyó de Antrim, se refugió en Connacht y ahí nacieron sus siete hijos, entre los cuales figuraba Kiriano.

   Se cuentan diversos incidentes fabulosos ocurridos durante su niñez, como la resurrección de un caballo muerto, la transformación del agua en miel y una jugarreta para hacerle una broma pesada a su madre. Esta se hallaba ocupada en la tarea de teñir telas y lo echó fuera de casa, "puesto que no era conveniente que los varones estuviesen en la casa cuando se teñían las telas." [Se han dado muchas explicaciones ingeniosas sobre esta declaración, pero nadie se ha puesto a pensar que podría ser un pretexto de un ama de casa muy atareada que quería deshacerse de los niños para que no la molestaran]. Kiriano se disgustó y, al salir, masculló entre dientes: "¡Que les quede una raya desteñida!" De acuerdo con los deseos del niño, las ropas salieron del baño de tinta azul con una ancha raya desteñida. Se preparó un segundo baño y, aquella vez, las telas salieron casi blancas. Pero, cuando la buena Darerca preparó un tercer baño, a Kiriano se le había pasado el enojo y la tinta fue de un azul tan intenso, que no sólo las telas sino también los perros, gatos y ramas de los árboles que tocaron el tinte, quedaron pintados de azul. Kiriano recibió las primeras enseñanzas del diácono Uis, en la iglesia de Fuerty y, al llegar a los quince años, más o menos, pidió a sus padres que le dieran una vaca para su sustento y le dejasen ir a la escuela de San Finiano, en Clonard. Su madre se rehusó, pero su padre accedió y el muchacho echó la bendición a una vaca que, desde entonces, le siguió durante el resto de su vida, la "Vaca de Kiriano." Desde un principio fue, en Clonard, uno de los doce elegidos que, más tarde, se conocerían como los Doce Apóstoles de Irlanda (ver a San Finiano, el 12 de diciembre) y, por aquel entonces, debe haber sido el más grande entre todos porque, mientras los otros tenían que desgranar sus espigas Y limpiar su grano diariamente, los ángeles bajaban para desgranar y limpiar en vez de Kiriano. San Finiano lo estimaba más que a cualquiera, de manera que todos, a excepción de San Columkill, estaban celosos de él. Cuando la hija del rey de Guala fue enviada a la escuela para que aprendiese a leer, se confió su instrucción a San Kiriano. El joven mostraba tan extraordinaria indiferencia por su alumna, que nunca le miró más que los pies.

   Cuando llegó el momento en que San Kiriano debió abandonar Clonard, partió hacia las Arans, donde todavía gobernaba San Enda a todo Inishmore. Allí vivió durante siete años y llegó a ser muy hábil en trillar y aventar. Kiriano partió de Arans y llegó a la isla de Scatterry. Después prosiguió su camino hacia la parte central de Irlanda y llegó a un lugar llamado Isel, donde se quedó algún tiempo en un monasterio, del que tuvo que partir porque los monjes se quejaron de que su excesiva generosidad los dejaba desprovistos. Durante su jornada, siguió a un siervo que le condujo a la localidad de Lough Ree, cerca de Athlone por donde atravesó a la isla de Inis Aingin (Isla de Haré) y ahí vivió en el monasterio. Emprendió de nuevo la marcha, acompañado esta vez por ocho discípulos. Se sintió impulsado a establecerse en un hermoso paraje llamado Ard Manntain, pero más tarde se dominó y dijo a sus amigos: "Si vivimos aquí tendremos muchas de las riquezas de este mundo y, de entre nuestras almas, pocas se irán al cielo." Prosiguieron la marcha y, al llegar al prado cubierto de césped de Ard Tiprat sobre la ribera del Shannon, en la región de Offaly, Kiriano exclamó: "Aquí nos quedaremos, porque desde este lugar muchas almas irán al cielo y Dios y el hombre se verán para siempre."

   El resto de los registros sobre la historia de Kiriano son anécdotas en relación con sus virtudes y relatos de sus milagros. Se mantiene en vigor una "ley" o regla monástica atribuida a San Kiriano el Joven, que consiste en una serie de preceptos morales y ascéticos, bastante severos por cierto; es probable que no haya sido el autor de esa regla, pero ésta representa bien el espíritu de austeridad que imperaba en los monasterios irlandeses de aquel entonces y que, hasta nuestros días, caracterizan a la religión gaélica. De acuerdo con sus biógrafos, San Kiriano sólo vivió lo bastante para gobernar su monasterio durante siete meses. Al aproximarse la hora de su muerte, pidió que le llevaran al lugar llamado Little Hill. Desde ahí, levantó la vista a los cielos y dijo: "¡Terrible es el camino de ascenso!" "No puede ser terrible para ti", replicaron sus monjes. "En verdad, repuso Kiriano, que yo sepa no he transgredido ninguno de los mandamientos de Dios y, sin embargo, aun David, el hijo de Jessé, y Pablo, el Apóstol, le temían a ese camino." Hizo el intento de acostarse y los monjes se apresuraron a quitarle las piedras para que estuviese cómodo, pero él los detuvo. "Dejad las piedras donde están y poned otras bajo mis espaldas. Aquel que persevera hasta el fin, se salvará..." "Entonces, dice su historia, el espacio comprendido entre la tierra y el cielo, se llenó de ángeles que acudieron a recibir su alma."

   Se conservan cuatro breves biografías de San Kiriano: tres en latín y una en irlandés. La primera de las escritas en latín fue editada con comentarios críticos por C. Plummer, en VSH, con algunos datos ilustrativos tomados de las otras. Whitley Stokes nos hace accesible la biografía escrita en irlandés en su Lives oí Saints from the Book of Lismore. Las traducciones de todas éstas y abundante material adicional se encuentran en un libro de R. A. S. Macalister, The Latín and irish Uves of Ciaran (1921). Ver también el Acta Sanctorum, sept. vol. III; a J. Ryan, en Irish Monasticism; J. F. Kenney en The Sources for the Early History of Ireland, vol. I; y L. Gougaud, en Christianity in Celtic Lands (1932). Para un resumen breve y completo, ver la Analecta Bollandiana, vol. LXIX (1951), pp. 102-106.

   

SAN ISAAC o SAHAC Katholikós de los Armenios


9 de septiembre


SAN ISAAC o SAHAC
Katholikós de los Armenios
(439 d. C.)

   A fines del siglo cuarto, el matrimonio no constituía aún una barrera para el episcopado en la iglesia de Armenia. San Isaac era el hijo de un katholikós (arzobispo), San Nerses I, aunque probablemente ya era viudo cuando recibió la ordenación sacerdotal. A decir verdad, había familias en las que el episcopado era hereditario y el propio Isaac era descendiente directo aunque lejano de San Gregorio el Iluminado; asimismo, fue parte del trabajo de Isaac acabar con aquellos abusos del matrimonio de los obispos. Hizo sus estudios en Constantinopla y ahí se casó. Después de la muerte de su esposa, se hizo monje Y se dedicó a estudiar. Cuando fue llamado para gobernar la iglesia de Armenia, tanto ésta como la nación atravesaban por una situación deplorable. Las dos mitades de Armenia estaban gobernadas, de nombre, por príncipes sujetos a sus respectivos amos en Bizancio y Persia. Algunos años antes, el sucesor de San Nerses I había repudiado la dependencia de su iglesia del centro de Cesárea, donde San Basilio era entonces metropolitano; en consecuencia, se consideraba que los armenios se hallaban más o menos en cisma. No obstante que San Isaac creó un pequeño partido que favorecía la reunión con Cesárea, se despreocupó de aquel empeño y en Constantinopla se hizo reconocer primado de la Iglesia armenia. Ese puesto sería como una apelación a los poderes imperiales y contrario a los derechos de su verdadero titular, el patriarca de Antioquía. Sin duda que esta osada medida se debió, en parte, a la presión de Persia, pero se obtuvo de ella la ventaja de un período de progreso para la Iglesia, así como el principio de la edad de oro para las letras armenias. Nerses, el padre de Isaac había iniciado la reforma en su iglesia, al implantar las costumbres y las leyes bizantinas; Isaac completó esta tarea. Las leyes canónicas bizantinas fueron estrictamente impuestas, lo cual significó el fin del matrimonio de los obispos; de hecho, Isaac fue el último en la descendencia de San Gregorio el Iluminado que gobernó la Iglesia que, a veces, se conoce con el nombre de "Gregoriana" en honor del santo. Durante su gobierno, floreció el monasticismo, se establecieron escuelas y hospitales y se reconstruyeron las iglesias que habían destruido los persas. Isaac tuvo que luchar, por un lado, con las influencias del paganismo persa y, por el otro, con aquellos cristianos que se manifestaban resentidos por el reforzamiento de la disciplina eclesiástica.

   Cuando Teodosio II llegó al trono de Constantinopla, en el año de 408, adoptó la política de apoyar y promover la influencia griega en toda Armenia, por lo que dio gran aliento a la difusión del cristianismo e incalculable apoyo a las empresas de San Isaac, quien, debía hacer frente a las ambiciones griegas sobre la pequeña parte de su territorio bizantino; prohibió en forma determinante, el uso de la lengua y la cultura griegas y bizantinas en todo el resto del mismo; hizo de la dispersión una unidad, al tomar elementos sirios y bizantinos, vinculándolos bajo las tradicionales costumbres de Armenia. Para este propósito, era necesario proporcionar a los niños de las escuelas un alfabeto armenio, que fue hecho por San Mesrot. El primer trabajo literario que emprendió, fue la traducción de la Biblia. La versión del Antiguo Testamento en armenio es de muy alto valor para los estudiosos y eruditos en cuestiones bíblicas; varias de sus traducciones de otros libros tienen también su importancia, porque los originales se perdieron. Para el tiempo de la muerte de Isaac, los armenios tenían ya las obras literarias de los griegos y de los doctores sirios en su propio idioma y la base para una literatura propia. También contribuyó San Isaac a la formación de la liturgia nacional, tomada de la de Cesárea, representada por el bizantino San Basilio.

   En el año de 428, los persas expulsaron al príncipe tributario de los armenios, e Isaac, cuya inclinación hacia el cristianismo bizantino era manifiesta, fue desterrado a un remoto rincón en el occidente del país. Hay una anécdota donde se cuenta que el emperador Teodosio mandó a su general Anatolio a que construyera la ciudad de Todosiópolis (Karin-Erzerum) para dar refugio al obispo desterrado; pero en realidad, esa ciudad tiene un origen mucho mas antiguo y ya había sido rebautizada con el nombre del emperador, trece anos antes del destierro del obispo. Al cabo de algún tiempo, se le llamó para que volviese a ocupar su sede, pero no lo hizo en seguida y nombró a un vicario en su lugar. Al morir éste, Isaac reanudó el gobierno, pero ya era muy anciano y por esa razón no pudo asistir al Concilio de Efeso, cuyos decretos acepto en el año de 435. Al parecer, mantuvo el primer centro eclesiástico armenio en la ciudad de Ashtishat donde tenía su sede y donde murió a la edad de 92 años. En la letanía de la misa armenia se le nombra con el título de "el Grande."

   Nuestros principales informantes son Moisés de Khoren, Lázaro de Farp y otros cronistas a quienes se puede consultar en Collection des historiens de l´Arménie, vol. II, de Langlois. Entre los libros modernos puede mencionarse el de Sahak, de quien tomaron datos F. Tournebize, en su Histoire politique et réligieuse de l´Ármenle (1901) y S. Weber, Die Kalholische Kirche in Armenien (1903). Ver el artículo de Conybearse en el American Journal of Theology (1898), pp. 828-848.

   

SAN AUDOMARO u OMER, Obispo de Thérouanne


9 de septiembre


SAN AUDOMARO u OMER, 
Obispo de Thérouanne
(670 d. C.)



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   El nombre de San Audómaro resulta más familiar y conocido en su forma francesa de Omer, ya que en Francia existe la ciudad de Saint-Omer donde estuvo, en tiempos de la persecución religiosa en Inglaterra, el famoso colegio de jesuitas que mantuvo bien provista la misión inglesa, colegio aquél que, posteriormente, quedó en manos del clero seglar y donde murió Alban Butler que fue su director durante algún tiempo.

   El lugar de nacimiento de Omer no estaba lejos de la ciudad de Coutances. Todas las preocupaciones de sus padres se concentraron en él, y la educación del joven fue su cuidado primordial. Omer respondió bien a las esperanzas que habían sido puestas en él, progresó rápidamente en los estudios, manifestó su inclinación hacia la vida religiosa y, a la muerte de su madre, ingresó en el monasterio de Luxeuil. San Eustacio, que había sucedido al fundador San Columbano en el gobierno de aquella casa, acogió amablemente al joven y a su padre, que le acompañaba; ambos fueron admitidos y, a su debido tiempo, padre e hijo hicieron juntos su profesión religiosa. La humildad, devoción, obediencia y pureza de costumbres que demostró poseer el joven desde un principio, le distinguieron entre sus hermanos, aun en aquel hogar de santos.

   Con el correr del tiempo, se supo que Thérouanne, la capital de los morini, tenía gran necesidad de un pastor celoso y enérgico para que guiara a sus habitantes por el buen camino. Aquella comarca, que comprendía lo que ahora conocemos con el nombre de Pas-de-Calais, se hallaba bajo la égida del vicio y el error, y el rey Dagoberto buscaba afanosamente a una persona bien calificada para restablecer la fe y la práctica de las reglas de moral que predica el Evangelio. San Omer, que hacía veinte años era monje en el convento de Luxeuil, fue señalado como el hombre capaz de desempeñar la ardua tarea y, San Acario, obispo de Noyon y Tournai, se lo recomendó al rey, de manera que, alrededor del año 637, Omer, que se hallaba feliz y contento en su retiro, fue súbitamente obligado a abandonar su soledad. Al recibir la orden, hizo este comentario: "¡Qué enorme diferencia hay entre la segura rada en la que ahora me encuentro anclado y ese mar tempestuoso al que me empujan, contra mi voluntad y sin ninguna experiencia!"

   La primera tarea de su ministerio pastoral como obispo de Thérouanne fue el restablecimiento de la fe, con toda su pureza, entre los pocos cristianos que encontró y cuya reforma fue un trabajo tan difícil como la conversión de los idólatras. A pesar de los obstáculos, fue inmenso el éxito de sus labores, y se puede afirmar que dejó su diócesis al mismo nivel que las más florecientes de Francia. Sus sermones, llenos de fogosa elocuencia, eran irresistibles, pero su vida ejemplar era una prédica todavía más poderosa, puesto que alentaba a los demás a prodigarse para dar de comer a los pobres, consolar a los enfermos, reconciliar a los enemigos y servir a todos, sin otro interés que el de su salvación y la mayor gloria de Dios. Ese era el carácter del santo obispo y de todos los que trabajaban bajo su dirección. Entre sus principales colaboradores figuraban San Momolino, San Beltrán y San Bertino, tres monjes a los que San Omer sacó de Luxeuil para que le ayudasen. La asociación de estos cuatro santos se relata y discute en el artículo dedicado a San Bertino, el 5 de este mes. Junto con ellos, San Omer fundó el monasterio de Sithiu, que llegó a ser uno de los grandes seminarios de Francia. Las biografías de San Omer relatan una serie de milagros no muy convincentes que se le atribuyen. Durante sus últimos años de vida, estuvo ciego, pero aquella aflicción no le causó ningún abatimiento ni disminuyó su preocupación pastoral por su grey. Otro de sus biógrafos dice que, cuando San Auberto, obispo de Arras, trasladó las reliquias de San Vedast al monasterio que había construido en su honor, San Omer estaba presente y, en aquella ocasión, recuperó la vista durante algún tiempo. Es probable que San Omer muriese poco después del año 670.

   La biografía de San Omer que más crédito merece, es la que mencionamos antes en la bibliografía del artículo dedicado a San Bertino. W. Levison editó aquel texto, complementado con una discusión sobre las relaciones entre las distintas biografías impresas en el Acta Sanctorum, sept., vol. III.

BEATA SERAFINA SFORZA, Penitente



9 de septiembre


BEATA SERAFINA SFORZA,
Penitente




   La Beata Serafina Urbino, Italia en 1432. A los 16 años se casó con Alessandro Sforza, duque de Pésaro, quien era un viudo mucho mayor que ella. Al principio todo fue bien, pero al marchar Alessandro a la guerra, Serafina le fue infiel cuando menos dos veces, y lo que es peor, había urdido un complot para matarlo cuando volviera. Al darse cuenta de esto, su marido la obligó a encerrarse, y de allí la mandó al convento de Santa Clara donde Serafina pidió su admisión como religiosa. Pasó santamente el resto de su vida y fue abadesa tres años antes de morir, en 1478. La ciudad de Pésaro la adoptó como patrona y protectora y el Papa Benito XIV, en el año 1756, elevó a los altares a esta antigua pecadora.  

BEATA LUISA de SABOYA, Viuda


9 de septiembre


BEATA LUISA de SABOYA,  
Viuda
(1503 d. C.)



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   La muy encumbrada, poderosa, acaudalada e ilustre dama, Luisa de Saboya señalada por Dios para convertirse en una humilde monja de las Clarisas Pobres, nació en el año de 1461, en cuna de oro, como se dice. Fue hija de Amadeo IX, duque de Saboya, y también beatificado; por parte de su madre, Yolanda, fue nieta del rey Carlos VII de Francia, sobrina del rey LuisXI y prima de Santa Juana de Valois. El duque murió antes de que su hijacumliese los nueve años, y la pequeña Luisa fue admirablemente educada por su madre. Desde muy temprana edad dio muestras de poseer cualidades espirituales extraordinarias. Catalina de Saulx, una de las damas de honor de Luisa escribió sobre ella estas palabras: "Era tan dulce y generosa, bien dispuesta, y amable, que despertaba el afecto de todos que se dejaban llevar por su atractivo y conquistar por su encanto". A la edad de dieciocho años, se caso con Hugo de Chálons, señor de Nozeroy, un hombre tan bueno como rico y poderoso, quien, de completo acuerdo con su mujer, impuso en su hogar una vida perfectamente cristiana. Tanto por ejemplo como por precepto, marido y mujer crearon un alto nivel de vida moral y material para todos los que moraban en sus tierras y dependían de ellos de alguna manera. En contraste con los palacios y residencias de los otros nobles acaudalados, la suntuosa casa de los de Chálons parecía un monasterio. Con especial empeño se combatía la costumbre de jurar o usar palabras groseras; la señora Luisa fue, sin duda, la primera ama de casa que tuvo una alcancía para los pobres, en la que todos los que vivían o visitaban su casa, tenían obligación de echar dinero, si se les iba la lengua y decían malas palabras. Luisa prodigó ampliamente su caridad hacia los enfermos y necesitados, hacia las viudas y los huérfanos especialmente hacia los leprosos.

   Al cabo de nueve años de felicidad matrimonial, murió el esposo y como no hubo hijos, Luisa empezó a prepararse para su retiro de este mundo. Necesitó dos años para poner en orden sus asuntos y, durante este lapso, usó el hábito de los terciarios franciscanos, aprendió a decir los divinos oficios y se levantaba a la medianoche para rezar los maitines. Cada viernes se disciplinaba; distribuyó su fortuna, contradijo y desoyó las objeciones de sus parientes y amigos. Después, en compañía de sus dos damas de honor, Catalina de Saulx y Carlota de Saint-Maurice, fue admitida en el convento de las Clarisas Pobres de la ciudad de Orbe, cuyo monasterio había sido fundado por la madre de Hugo de Chálons y, en 1427, estaba ocupado por una comunidad de Santa Coleta. Luisa, que había sido un modelo de doncella, de esposa y de viuda, fue siempre una religiosa ejemplar. No obstante su elevada cuna, su humildad era sincera y natural: lavaba los platos, barría, ayudaba en la cocina, limpiaba los corredores y todo lo hacía bien y con gusto; con la misma sencillez y naturalidad, aceptó y desempeñó el puesto, cuando la eligieron abadesa. En este cargo, mostró especial solicitud en servir a los frailes de su orden, y cualquiera de ellos que llegase a hospedarse en el convento, era atendido a cuerpo de rey; la presencia de los padres y de los hermanos era como una bendición de Dios y nada podía faltar a los hijos del "buen padre San Francisco". A la edad de cuarenta y dos años, murió Luisa de Saboya y, en 18399, se aprobó el antiguo culto de esta sierva de Dios.

   Catalina de Saulx escribió una biografía de Luisa de Saboya, a la que conoció bien por haber sido su dama de honor y haberla seguido al convento de Orbe. Este texto con anotaciones fue editado por A. M. Jeanneret (1860). Ver también a F. Jeunet y J. H. orin, Vie de la b. Louise de Savoie (1884) y cf. Revue des questions historiques, vol.XXI pp. 335-336. En Aureole Séraphique de León se menciona a la beata Luisa en el vol III, pp. 267-271. Hay un estudio de E. Fedelini, titulado Les bienheureux de la maison Savoie (1925) en el que la beata Luisa tiene su lugar.

sábado, 8 de septiembre de 2012

NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA


8 de septiembre


NATIVIDAD DE LA 
SANTÍSIMA VIRGEN
MARÍA

Bienaventurado el seno que llevó a Jesús,
y los pechos que lo alimentaron
(Lucas, 11, 27).

   Las plegarias y las lágrimas de San Ana le merecieron, después de veinte años de esterilidad, la gloria de dar al mundo a la Bienaventurada Virgen María. He aquí la aurora mensajera del Sol de justicia: demonios, retiraos al infierno; ángeles, regocijaos: pronto los justos ocuparán los lugares abandonados por los ángeles rebeldes. Hombres, triunfad: María ha nacido para ser la Madre de Dios que será vuestro Hermano y vuestro Redentor. Almas santas que gemís en el limbo, consolaos: la puerta de vuestra prisi6n muy pronto será abierta por el Hijo de la que acaba de nacer.

  MEDITACIÓN SOBRE LA NATIVIDAD DE MARÍA

   I. Considera las mercedes con que Dios honra a María el día de su dichoso nacimiento. El Padre eterno, que la consideraba como Hija suya, le dio el nombre de María; la hizo Soberana del cielo y de la tierra, Reina de los ángeles y de los hombres. El Verbo eterno la eligi6 para ser su Madre; dióle a todos los hombres como hijos adoptivos, con pleno poder para acordar la gloria eterna a los que la sirvan fielmente. El Espíritu Santo colmó de gracias a su divina Esposa. Regocíjate con Maña por todos estos favores.

   II. Maña responde a los beneficios del Señor con los sentimientos del más vivo agradecimiento. Dotada, desde su primer instante, del uso de razón, se sirve de ella para adorar al Padre eterno: se humilla a la vista del honor que el Verbo encarnado le hace al elegirla por Madre suya: ofrece su corazón por un acto de amor al Espíritu Santo, su divino Esposo. Haz tú, por lo menos hoy, lo que hizo Maña en el día de su Natividad. Adora al Padre eterno, humíllate delante de Jesús, da tu corazón al Espíritu Santo.

   III. ¿Qué harás tú para honrar a María en el día de su Natividad? Respétala, porque es todopoderosa en el cielo y en la tierra. Ámala, porque es la Madre de Jesucristo, y la nuestra por adopción. Ten confianza en Ella, porque es la Madre de los predestinados. Sé su fiel y constante servidor, como fue Ella la constante y fiel Esposa del Espíritu Santo. Imita, durante tu vida, lo que Ella hizo el día de su nacimiento. En medio de las olas del siglo, debemos refugiarnos junto a María y regular nuestra vida según sus ejemplos. (San Epifanio).

La devoción a la Santísima Virgen - Orad
por las congregaciones de la Santísima Virgen.

ORACIÓN

   Dignaos, Señor, conceder a vuestros servidores el don de la gracia celestial, a fin de que la solemnidad del Nacimiento de la Virgen Bienaventurada, cuyo alumbramiento ha sido para nosotros el principio de la Salvaci6n, nos obtenga un acrecentamiento de paz. Por J. C. N. S. Amén.

NUESTRA SEÑORA DE LA CARIDAD DEL COBRE, Patrona de Cuba


8 de septiembre


NUESTRA SEÑORA DE LA CARIDAD DEL COBRE, 
Patrona de Cuba



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   La presencia de María en la Historia de Cuba se remonta al surgimiento de la primera comunidad de origen Indio, nacida por la predicación de un anónimo soldado español de Sebastián de Ocampo, en 1509.

   Por inspiración del anónimo soldado levantaron los indios el primer templo cubano, desde el cual elevaban sus súplicas a Dios y en el que colocaron una imagen de la Virgen.

   Pero fue en la lejana fecha de 1612 o a los inicios e 1613 cuando la Santísima Virgen, Madre de Dios, quiso manifestar su especial amor por Cuba y por sus hijos, sabemos por testimonios muy antiguos y directos, la historia del hallazgo de la bendita imagen.

   Dos hermanos indios y un negrito de nueve o diez años, fueron a buscar sal en la bahía de Nipe. Se llamaban respectivamente Juan de Hoyos, Rodrigo de Hoyos y Juan Moreno, conocidos por la tradición como "los tres Juanes". Mientras iban por la sal ocurrió la aparición de la estatua de la Virgen. He aquí el relato de Juan Moreno, cuando tenía ochenta y cinco años: Los relatos se remontan el año 1687 e impresionan por su sencillez y belleza:

   "...estando una mañana la mar en calma, salieron de dicho cayo Francés para la dicha salina, antes de salir el sol, los dichos Juan y Rodrigo de Hoyos y este declarante. Embarcados en una canoa y apartados de dicho cayo Francés vieron una cosa blanca sobre la espuma del agua, que no distinguieron lo que podría ser, y acercándose más les pareció pájaro y ramas secas. Dijeron dichos indios, parece una niña, y en estos discursos, llegados reconocieron y vieron la imagen de Nuestra Señora de la Santísima Virgen con un niño Jesús en los brazos sobre una tablilla pequeña, y en dicha tablita unas letras grandes, las cuales leyó dicho Rodrigo de Hoyos, y decía:

"YO SOY LA VIRGEN DE LA CARIDAD"

   y siendo sus vestiduras de ropaje se admiraron que no estaban mojadas, y en esto, llenos de gozo y alegría, tomando solo tres tercios de sal, se vinieron para el Hato de Barajauá."

   El administrador del término Real de Minas de Cobre, Don Francisco Sánchez de Moya, ordenó levantar una ermita para colocar la imagen y estableció a Rodrigo de Hoyos como capellán.

   Una noche Rodrigo fue a visitar a la Virgen y notó que no estaba allí. Se organizó una búsqueda sin éxito. A la mañana siguiente, y para la sorpresa de todos, la Virgen estaba de nuevo en su altar, sin que se pudiera explicar, ya que la puerta de la ermita había permanecido cerrada toda la noche.

   El hecho se repitió dos o tres veces más hasta que los de Barajagua pensaron que la Virgen quería cambiar de lugar. Así se trasladó en procesión, con gran pena para ellos, al Templo Parroquial del Cobre. La Virgen fue recibida con repique de campanas y gran alegría en su nueva casa, donde la situaron sobre el altar mayor. Así llegó a conocerse como la Virgen de la Caridad del Cobre.

   En el Cobre se repitió la desaparición de la Virgen. Pensaron entonces que ella quería estar sobre las montañas de la Sierra Maestra. Esto se confirmó cuando una niña llamada Apolonia subió hasta el cerro de las minas de cobre donde trabajaba su madre. La niña iba persiguiendo mariposas y recogiendo flores cuando, sobre la cima de una de las montañas vio a la Virgen de la Caridad.

   La noticia de la pequeña Apolonia causó gran revuelo. Unos creían, otros no, pero la niña se mantuvo firme en su testimonio. Allí llevaron a la Virgen.

   Desde la aparición de la estatua, la devoción a la Virgen de la Caridad se propagó con asombrosa rapidez por toda la isla a pesar de las difíciles comunicaciones.

   Fue en el Cobre, en 1801, que los mineros, alentados por el Padre Alejandro Ascanio, obtienen la libertad por Real Cédula del 7 de abril.

   En 1915 los veteranos mambises, envían una carta al Papa Bendicto XV pidiendo que proclame Patrona de Cuba a la Virgen de la Caridad del Cobre

   Con los años se adquirió un recinto mayor para construir un nuevo santuario que pudiese acoger al creciente número de peregrinos, haciéndose la inauguración, con el traslado de la Virgen el día 8 de Septiembre de 1927.

   El 8 de septiembre de 1927 era inaugurado el actual Santuario en El Cobre. Desde allí la Virgen continúa protegiendo, con mirada y corazón maternal, a todos sus hijos que, en Ella, descubren uno de los mejores medios para encontrarse con Jesús, fuente de nuestra esperanza.



HIMNO DE LA VIRGEN DE LA CARIDAD DEL COBRE

Salve, salve, delicias del cielo 
Virgen pura, suprema beldad, 
salve excelsa Patrona de Cuba 
Madre hermosa de la Caridad. 
Si de Cuba en las bellas comarcas 
elegiste, Señora, un altar, 
para hacer la mansión de prodigios 
y a tus hijos de dicha colmar. 
Cuando el llanto era el pan de tus hijos 
y su vida terrible ansiedad, 
eras tú, dulce Madre, la estrella, 
que anunciaba la aurora de paz. 
No abandones ¡oh! Madre, a tus hijos, 
salva a Cuba de llantos y afán, 
y tu nombre será nuestro escudo, 
nuestro amparo, tus gracias serán. 
R. Rafolís

   

NUESTRA SEÑORA DE COROMOTO, Patrona de Venezuela


8 de septiembre


NUESTRA SEÑORA DE COROMOTO, 
Patrona de Venezuela



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   Los españoles llegaron a la región de Guanare hacia fines del siglo XVI. El 3 de noviembre de 1591, el Capitán Juan Fernández de León, fundó la ciudad del Espíritu Santo del Valle de San Juan de Guanaguanare, hoy ciudad de Guanare. La villa fue trasladada al lugar donde se encuentra hoy en el siglo XVII.

   La historia de la Virgen de Coromoto se centra en un grupo de indígenas de la región, la tribu de "los Coromotos".

   A la llegada de los españoles a la región de Guanare, un grupo de indios de la tribu de los Coromotos decide abandonar su tierra porque no quieren nada con los blancos ni con la religión que ellos traen. Huyen  internándose en las selvas de las dilatadas montañas y valles que se extienden entre Boconó de Trujillo y Guanare, hacia las riberas del río Tucupido. Cincuenta años después los indios, que siguen sin convertirse al Evangelio, viven en un poblado no muy distante de la villa de los españoles; ambos grupos viven en armonía, pero permanecen aislados entre sí. Pero en el reloj de la Providencia sonó la hora de su conversión mediante la maternal intervención de María Santísima.

   Estando así las cosas, una mañana del año1651, el cacique de los Coromotos, junto con su esposa, contempla asombrado una extraordinaria visión. En la quebrada del río Tucupido, sobre la corriente de las aguas, una hermosa señora los está mirando con una amable expresión en su rostro; el pequeño niño que lleva en sus brazos también les sonríe plácidamente. La misteriosa señora llama al cacique y le ordena: "Sal del bosque junto con los tuyos y vé donde los blancos para que reciban el agua sobre la cabeza y puedan entrar en el cielo". El cacique, impresionado por lo que ha visto y oído, decide obedecer a la bella señora y marcha con su tribu para ser adoctrinado en la religión cristiana.

   El Cacique de los Cospes que en un principio asistía gustoso a las instrucciones catequísticas, no logró adaptarse a su nueva forma de vida, añorando sin duda la soledad de los bosques. Decidió entonces retirarse sin recibir el bautismo. Triste y meditabundo estaba el Indio recostado en su choza días antes de su fuga. Con él se hallaban su esposa, su hermana Isabel y un hijo de éste el cual era llamado Juan.

   Todo era silencio en la noche pues las Indias al ver de tan mal humor al Cacique no se atrevían a decir palabra. De pronto, de modo visible y corpóreo se presentó la Virgen Santísima en el umbral del bohío, según palabras de la India Isabel: "despidiendo rayos tan brillantes y abundantes como los del sol del medio día, iluminando el recinto con celestial claridad.

   Al verla el Cacique pensó que la Gran Señora venía a reprocharle su mal proceder y le dijo: "¿Hasta cuándo me quieres perseguir?" bien te puedes volver, no he de hacer más lo que tú me mandes. Por ti dejé mis conucos y he venido a pasar trabajos. Como las mujeres reprendieron al Indio el modo como trataba a la Bella Mujer, le dijo a la Virgen que lo miraba sonriente: ¿con matarte me dejarás? Adelantándose entonces la Virgen hacia el Cacique, él se abalanzó sobre ella para asirla del brazo y echarla fuera quedando todo envuelto en tinieblas. Aquí la tengo, dice el Indio en tono de furia y triunfo. Muéstrala para verla responden las mujeres y a la luz de las ascuas que arden en el tosco fogón, abrió el Indio su mano y contemplan todos el retrato de la bella mujer. pequeña estampa en la que ha quedado impresa la imagen de la Señora.

   Al enterarse de lo ocurrido, Juan Sánchez mandó que fuese recogida la imagen, la cual colocó en su casa. Allí la Virgen era venerada por todos los pobladores de la región de Guanare. En el año 1654, por orden del vicario Diego de Lozano, la imagen fue llevada al templo de la ciudad de Guanare.

   El pobre Indio resistió por algún tiempo más la acción de la gracia que golpeaba insistentemente a las puertas de su corazón, pero al fin, la Virgen salió triunfante pues el Cacique al verse mortalmente herido por la mordedura de una serpiente cuando huía a la espesura de la selva, pidió a gritos el Bautismo que le fue suministrado por un buen Cristiano de la Ciudad de Barinas.

   La Virgen de Coromoto es una diminuta reliquia que mide 27 milímetros de alto por 22 de ancho. El material de la estampa puede ser pergamino o "papel de seda"; la Virgen aparece pintada de medio cuerpo, está sentada y sostiene al Niño Jesús en su regazo. Su apariencia es de ser dibujada con una fina pluma, trazada como un retrato en tinta china a base de rayas y puntos.

   La Virgen y el Niño miran de frente; erguidas sus cabezas coronadas. Dos columnas unidas entre si por un arco forman el respaldo del trono que los sostiene. La virgen cubre sus hombros con un manto carmesí con oscuros reflejos morados. Un blanco velo cae simétricamente sobre sus cabellos cubriéndolos devotamente. La túnica de la Virgen es de color pajizo y la del niño es blanca como su velo.

   La imagen se muestra a la veneración de los fieles protegida dentro en una riquísima custodia. El 7 de octubre de 1944, a petición de los obispos de la nación, Pío XII la declaró, "Patrona de la República de Venezuela" y su coronación canónica se celebró al cumplirse los tres siglos de la aparición, el 11 de septiembre de 1952.

   El Emmo, Sr. Cardenal Arzobispo de la Habana, Manuel Artega y Betancourt, coronó la sagrada imagen de Nuestra Señora de Coromoto en representación del Papa Pío XII. Los venezolanos celebran a su patrona en tres ocasiones cada año, el 2 de febrero y el 8 y 11 de septiembre. El Santuario Nacional de la Virgen de Coromoto, lugar de encuentro de grandes peregrinaciones, fue declarado Basílica por S.S. el Papa Pío XII el 24 de mayo de 1949.  

ORACION DEL ACORDAOS A NUESTRA SEÑORA DE COROMOTO

Acordaos, oh amorosísima Virgen de Coromoto, que jamás se ha oído decir que alguno de cuantos han acudido a vuestra protección e invocado vuestro auxilio haya sido desamparado. Llenos, pues, de confianza en vuestros merecimientos acudimos a implorar vuestra intercesión. ¡Oh! Poderosa Patrona de Venezuela, Celeste Tesorera del Corazón de Jesús, de ese Corazón que es fuente inagotable de todas las gracias y el que podéis abrir a vuestro gusto, para derramar sobre los hombres y de manera especial sobre Venezuela, todos los tesoros de amor y misericordia, de luz y de salvación que ese Adorable Corazón encierra. Concédenos, os lo suplicamos humidemente que reine la Paz en nuestros hogares y la concordia fraternal entre todos los venezolanos.
Y puesto que Venezuela os pertenece y somos vuestros hijos mimados, dignaos acoger benignamente nuestras súplicas y proteger a nuestra amada Patria. ¡Así sea!.